Conoce la increíble historia de Indira Jáuregui Villaizán que puede salvar muchas vidas

Fuente: Agencia Andina de Noticias 

Lima, Perú.- Indira tenía muchas dudas…, tenía. Todas vinculadas a la vacuna contra el covid-19, infección que ha matado a más de cuatro millones 300,000 personas en el mundo desde diciembre del 2019. Ella tenía dudas, pero ahora tiene certezas. Vivencias. Se infectó, necesitó oxígeno, se salvó, y ahora se encuentra a la espera de su primera dosis de esa misma vacuna que, por largo tiempo, pensó nunca recibir.
 
La voz de Indira Jáuregui Villaizán suena cálida y amigable. Tras librar una dura batalla contra el covid-19 afirma que ahora, recién a sus 48 años, se da “tiempo para vivir”.  
 
Como terapeuta alternativa y complementaria (trabaja con biomagnetismo, entre otras disciplinas), sabía de la existencia del covid-19 desde mucho antes de su llegada al Perú. Recordemos que en el 2002 Asia enfrentó una epidemia contra esta misma familia de virus. 

“Pero lo conocía como SARS. Sabía cómo infectaba. Cuando ocurrió la pandemia, yo tranquilizaba a mi familia y le decía que era un virus y que había formas de evitarlo”.
 
Así puso en práctica todo lo que sabía: lavado frecuente de manos, uso de alcohol, llevar mascarillas todo el tiempo, desinfectarse los zapatos y cambiarse de ropa al regresar a casa. Ella era la responsable de comprar los víveres.
 
Indira vivía únicamente con su madre, en el segundo piso de una casa multifamiliar de Ate-Salamanca. Sin embargo, en los primeros meses del año pasado llegó su hermana Isabel, de Argentina; vino con su esposo e hijo, de 11 años. Era el inicio de la pandemia en el Perú y ya no pudieron volver. Su otra hermana, la última, vive junto a su esposo y sus dos niños en el tercer piso del mismo condominio. 
 
“Te voy a ser sincera, yo era una antivacuna antes de que me diera el covid-19”, suelta tras largos minutos tratando de esquivar la pregunta.  
 
Advierte que son muchas las personas que siguen creyendo en teorías


Admite que había leído mucho sobre el covid-19, topándose con páginas web donde se afirmaba que “la pandemia había sido armada” o que “las vacunas tenían mercurio y plomo”. Como muchos, también observó los videos donde el celular, el tenedor o la cuchara quedaban “pegados” en el brazo de quien recibía la vacuna.
 
La vacuna no estaba en sus planes y no lo niega. Pero cuando le tocó el turno a su mamá, de 73 años, dejó a criterio de sus hermanas la decisión de inmunizarla. Ella la acompañó a su segunda dosis. 
 

Conejillo de indias 

 
Su vida transcurría sin mayor sobresaltos, pero llena de cuidados para evitar infectarse. Atendía a sus pacientes bajo los protocolos indicados: mascarilla doble, distanciamiento social, etc. Sin embargo, de un momento a otro le pidieron dejar su consultorio en Miraflores y tuvo que mudarlo a la casa de su tía, a pocas cuadras de donde vive. 
 
Su tía, una adulta mayor con hipertensión y otras comorbilidades, tenía su misma línea de pensamiento: la vacuna no va, frente al covid-19 solo cuidados y uso de mascarilla.

Aunque Indira había leído que la vacuna fue diseñada para eliminar a la población de forma programada, nunca lo creyó del todo. No había mucho sentido, dice, porque se vacuna también a jóvenes y niños. Pero nada le quitaba de la cabeza que ese preparado biológico estaba lleno de “mejunjes asquerosos”.  

“Tuve un primo que se ofreció como conejillo de indias para probar la vacuna. Él es muy aguerrido. Yo le decía: si te sale una antenita de vinil, genial. A lo mejor se te abre el tercer ojo, como un cíclope”, rememora entre risas. 
 

Su hermana, la primera con covid-19

 
Indira no está segura, pero cree que el nuevo coronavirus llegó a su casa de la mano de su cuñado; al no poder regresar a Argentina tuvo que buscarse un trabajo e implementó una frutería a la vuelta de la casa.
 
“Arrancó en febrero y todo iba bien, hasta que hace un mes se fue al mercado mayorista para abastecerse, y, aunque él no mostró síntomas, a los pocos días su esposa, mi hermana, empezó a toser de forma insistente. Le dio como un resfriado. Le hice un testeo de biomagnetismo y le dije que tenía laringitis. No pasó mucho para que apareciera la fiebre de 39 y la tos se hiciera más fuerte”.
 
Su hermana menor, del tercer piso, aconsejó una prueba para descartar el covid-19.
 
Eso pasó el viernes 16 de julio. Me fui a atender a un paciente y al mediodía me llamó mi hermana y me dijo que todos dieron positivos a la prueba. Llegué a la casa, me hice el hisopado y di positivo también. El joven que nos atendió me dijo que tenía alrededor de tres días de contagio. Me puse a pensar y me dije ya sé cómo me contagié: fue el día que me canceló el paciente en la tarde y vine temprano a casa a tomar lonche con mi familia. Justo ese día mi hermana estaba tosiendo e incluso le dije me has tosido en la casa’. Allí fue”.

Considera que su mamá se contagió por “una mala costumbre”: siempre agarra la cucharita del café utilizada por otra persona y dice “está limpia” y la usa. Indira pensaba en sus pacientes, en su tía que no quería vacunarse. Repasaba sus acciones de los últimos días una y otra vez.
 
“Yo sabía igual que, como familia, estábamos juntos en esto. Pero me preocupaba ella (su mamá) porque, en esos días, mi hermana la visitó y mi tía le había dicho que se quedara a almorzar. Les pedimos que se hicieran la prueba y mi prima dio positivo, mi tía no. Creo que fue porque mi tía nunca se sacaba la mascarilla cuando alguien la visitaba”.
 

Nuestra vida en la Villa Panamericana

 
Al día siguiente del diagnóstico, su hermana Isabel ya presentaba fiebre de 39 y su saturación bajó hasta 94. Su cuñado tomó la decisión: se irían a la Villa Panamericana para no poner en riesgo al resto de la familia.  
 
El domingo 18 de julio, a las 15:00 horas, ya estaban internados. Ella y su mamá en el piso 11 y su hermana junto a su familia en el piso 7 de la misma torre de la villa.     
 
“Mi mamá la pasaba ‘piola’, pero casi al quinto día de internamiento empezó a agitarse más y la bajaron al primer piso, a una sala donde la conectaron al oxígeno. Al día siguiente, yo comencé con la fiebre y me bajaron también. El 30 % de nuestros pulmones estaba comprometido”. 
Considera que su mamá se contagió por “una mala costumbre”: siempre agarra la cucharita del café utilizada por otra persona y dice “está limpia” y la usa. Indira pensaba en sus pacientes, en su tía que no quería vacunarse. Repasaba sus acciones de los últimos días una y otra vez.
 
“Yo sabía igual que, como familia, estábamos juntos en esto. Pero me preocupaba ella (su mamá) porque, en esos días, mi hermana la visitó y mi tía le había dicho que se quedara a almorzar. Les pedimos que se hicieran la prueba y mi prima dio positivo, mi tía no. Creo que fue porque mi tía nunca se sacaba la mascarilla cuando alguien la visitaba”.
 
Indira y su madre necesitaron recibir oxígeno debido al daño que produjo el covid-19 en sus pulmones.
 
Fueron 10 días en esa área en los que incluso tuvo que echarse boca abajo. Su sobrepeso le jugaba en contra: 95 kilos para sus 1.66 metros de estatura.    

El caso de Isabel se complicó y tuvo que ser trasladada de emergencia al hospital Edgardo Rebagliati. Requería más oxígeno. Tenía el 50 % del pulmón izquierdo comprometido. 
 
Pensé lo peor. Me enteré de todo en el chat familiar que teníamos, donde reportábamos todos los días nuestra presión, saturación, oxigenación, nuestros progresos. Teníamos una amiga muy querida que nos escribía todo el tiempo. Ella había pasado algo similar y nos daba fuerza todos los días”. 
 

Todos fueron unos ángeles

 
Indira recuerda que su cuñado y su sobrino fueron los primeros en dejar la Villa Panamericana, tras 15 días de internamiento. Isabel salió el martes 3 de agosto; mientras que ella y su mamá, el 8 de agosto.  
 
El reencuentro lo describe como emotivo, amoroso, de conexión total. 
 
“Regresamos con el mismo cuerpo, pero con otra perspectiva. Esto nos ha sacudidoParticularmente, he comprobado en cuerpo y alma todas las teorías habidas y por haber sobre el nuevo coronavirus, y que esto no se trata de un invento”
 
Afirma que no se cansará de dar gracias al equipo médico, las enfermeras y las personas de limpieza de la Villa Panamericana, porque los asistieron “con tanto amor y cariño”. “Nunca me cansaré de bendecirlos, porque trabajan de una manera impecable”.     
 
“Mientras estuve allí, recuerdo que un médico me dijo: ‘Si tu mamá no se hubiera vacunado ya no estaría aquí…”. 

“Mis ideas con respecto a la vacuna, las que tenía hasta hace un mes, ya cambiaron. El 18 de agosto se cumplió un mes de nuestro internamiento. Es increíble. No me avergüenza haber cambiado de opinión; de lo contrario no habría aceptado la entrevista. He comprobado la existencia del covid-19, lo he vivido y realmente no todo lo que dicen es real”.

ndira comenta que tiene un círculo de amigos y conocidos que aún se resiste a la vacunación contra el covid-19. Le ha sugerido a su tía que se inmunice. 
 
“Por zoom le mostré mis moretones de las agujas, de las vías que nos pusieron para colocarnos medicamentos. Le dije ‘yo te quiero mucho y no quiero que te pase nada’. Está asustada porque su única hija también terminó en la Villa Panamericana. Ahora a todas las personas les digo si amas tu vida, realmente, es mejor que te vacunes”. 
 
En estos días de enfermedad perdió el gusto y el olfato.
 
“¿Sabes?, a mí nunca me gustó la quinua y allá nos daban quinua en el desayuno, en la sopa, en todo… Cuando regresamos a casa le dije a mi cuñado que se preparara quinua con piña”, recuerda y empieza a reír. 
 

Línea 107 nos salvó la vida 

 
Entre la alegría de verse fuera de la pesadilla vivida, Indira no olvida a la amiga que le dio tantas fuerzas mientras estaba internada; pero prefiere mantener su nombre en reserva. 
 
Lamenta que su amiga no haya sabido que podía haber ido a la Villa Panamericana cuando vivió exactamente el mismo calvario junto a su familia. Se infectó en febrero y, pensando que sus padres estaban sanos, los mandó a una provincia. Su esposo e hijo se aislaron completamente. A la semana siguiente le dijeron que su mamá estaba muy mal. Tuvo que regresar. Con fiebres altísimas, ella tuvo que atender a sus padres y otros familiares. Cocinaba, limpiaba, hacía de todo, pero su madre igual falleció a los pocos días. Su amiga aún se siente culpable. 
 
 
El apoyo y soporte médico recibido en la Villa Panamericana fueron esenciales en su lucha contra el covid-19. 
 
“Cuando le contamos que gracias a la línea 107 nos fuimos todos a la Villa Panamericana, no lo cree. Que es libre y gratis, para todos, que te evalúan y luego te registran, que no tienes que ser asegurado… No lo cree. Recuerdo con mucha pena que algunos días ella no tuvo ni qué comer. Mi amiga ha quedado muy afectada, con algunas secuelas en los pulmones. Es importante que se difunda más la existencia de ese servicio”, sugiere. 
 
Me pide un espacio para hablar de los paradigmas alrededor de la pandemia. De las culpas y las falsas responsabilidades.
 
“La gente dice que si te contagiaste de covid-19 o tu familia se contagió seguro es porque fueron a una fiesta. En pocas palabras…, que te lo mereces. Y no es así. En mi familia todos éramos extremadamente cuidadosos y, a pesar de eso, no sabemos cómo nos contagiamos”.
 

Preguntas claves

 
Le pido un consejo para la Indira de hace un mes, para la que no creía en la necesidad de vacunarse contra el covid-19 y en cuya piel aún viven miles de peruanos, renuentes a la inmunización y que corren peligro ante una inminente tercera ola de la pandemia.   
 
Más que decirles que se vacunen, les preguntaría, ¿tú amas a tus seres queridos?, ¿realmente quieres que ellos vivan? Entonces, hazlo por ellos. A veces en la vida hay cosas que ameritan un pequeño sacrificio y, a pesar de que no estás de acuerdo, podrías pensar en los demás: tus hijos, tu pareja, tu mamá, tus hermanos. Los antivacunas acérrimos, al extremo nazi, que los hay, no cambiarán de la noche a la mañana. Pero, de pronto, si apelas al amor que le tienen a su familia, podría haber un pequeño cambio allí”. 
 
A la espera de volver pronto a sus labores como voluntaria en el hospital María Auxiliadora, Indira disfruta de esta segunda oportunidad en la vida. 
 
“Siento que ha sido un cambio de raíz. Antes era adicta al trabajo, ahora me doy mi tiempo para descansar. Nos hemos unido más a nivel del amor. Ahora siento que somos un árbol con diferentes ramas y es lo que debería pasar en todas las familias”, reflexiona.

Indira espera que su testimonio convenza a más personas sobre la importancia de la vacunación.
 
Afirma que espera con ansias los 90 días para vacunarse, porque uno puede ser portador asintomático, como pasó con su cuñado, y así ir contagiando a otras personas. Ella no quiere correr más riesgos. 
 
“A diferencia de otras personas yo sí iré convencida de que lo estoy haciendo para ayudar a los demás, a mi entorno, a todos. En tres meses me vacunaré y estaré más tranquila por mí, por mi familia. Dios quiera que la pandemia así como llegó también se vaya, y también depende de nosotros”. 
 
 
 
 

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