Somen Debnath no se imaginaba que, en medio de su viaje planetario en bicicleta, sería intervenido en Afganistán en 2008 al ser confundido con un espía. La historia de su inusual cautiverio contempla once días de cocinero para los talibanes.

Escribe: Alonso Collantes / Conexion Vida 

Lima, Perú.- Llegó al Perú el 11 de abril atravesando, primero, Bolivia, y a través del lago Titicaca y el Altiplano, tuvo como primer destino Puno. Recorrió después el Cusco hasta que la Embajada de la India le facilitó los fondos para instalarse en Lima.

Con sus vivaces 34 años a cuestas, tiene un propósito tan humanitario como descomunal, sólo equiparable al de los grandes navegantes del siglo XV o XVI: transmitir el mensaje de inclusión y tolerancia hacia las personas que viven con el VIH pedaleando por todo el planeta en un inverosímil itinerario de 191 países que pretende terminar en 2020.

En su agitado trajín de visitas a diversas organizaciones -pues tiene un reconocimiento mundial por tan osada actividad-, Somen Debnath, hombre sencillo, de cabello y barbas tan largas como su generosidad, llegó hasta las instalaciones de Sí, da Vida, donde mantuvo una reunión y dio a conocer parte de sus hazañas por los países que visitó. Luego llegó hasta la cabina de transmisión de Conexión Vida, donde respondió varias preguntas y dio varios detalles de los peligros que le tocó vivir.

A su derecha, una vez en compañía con otros defensores de los derechos humanos, se encuentra su tímida traductora que le ha facilitado también la embajada de la India. Durante las primeras disertaciones sobre su incansable labor de trashumante explica -siempre en inglés, el esperanto de nuestros tiempos- que su condición de viajero inicia con una blanda mentira a sus padres: “Les dije que sólo iría por toda la India en tres meses”. Pero tardó aproximadamente dos años y medio y trabó relaciones con el primer ministro en Delhi, la capital, y este lo financió en su propósito de concientizar a todas las almas posibles.

Calor mortal en Afganistán

Una pregunta que nadie se atreve a realizar, pero que un audaz, en plena transmisión en vivo, aprovecha la oportunidad como quien encuentra algo que no es suyo y lo guarda criollamente en su bolsillo, obliga al pacífico Somen a contar la historia de su rapto.

Primero, mira al costado, luego al vacío. Sucedió en 2008, cuando tenía 25 años y de pronto, en uno de esos sucesos que uno no se explica nunca y que, sin embargo, suceden, explica con cara de entierro que lo confundieron con un espía. Con un espía que montaba una bicicleta en Herat, Kabul, una de las pocas facciones talibanes en Afganistán. Pero el destino no tuvo la culpa de ponerlo en el lugar equivocado, sino el grupo de hombres con fusiles en sus manos y turbantes en la cabeza que lo derribaron y lo golpearon hasta que lo condujeron, con los ojos vendados, hacia un lugar difícil de precisar donde lo encerraron durante 24 días.

Deseó entonces, cautivo y sin esperanzas, que lo que entonces sucedía sea solamente un amargo espejismo en las áridas tierras del Estado Islámico. Pero sus ojos estaban vendados, así que sólo podía ver su miseria como algo muy oscuro y próximo a la muerte. Cuando llegó al lugar, sólo lo expectoraron a una oscura mazmorra en la que de vez en cuando lo golpeaban.

Gesticula con temor. Sus largos brazos de los que penden coloridos brazaletes que conserva como recuerdo de su aún incompleta vuelta al mundo, tiemblan. Pero lo salva su blanca vestidura, que le da cierto aire beatífico. Es un santo asustado.

—Fue doloroso. Hacía mucho calor y me obligaron a comer carne- explica con un inglés moldeado por su acento indio insoslayable, pero traducido por su amable y tímida acompañante.

Su religión hinduísta le prohíbe comer cualquier clase de res, sin embargo, Somen Debnath tiene una idea fulminante: “No hay religión más grande que la vida misma”. Prosigue. Aún en su celda oscura, cuando no lo golpeaban por no saber responder en pashto, idioma de los talibanes, advierte que uno de sus captores habla inglés. Allí comenzó el trato.

Como no resultaban las múltiples preguntas que le hacían sus captores (¿qué pensaba del Islam? ¿había leído el Corán? ¿qué hacía en Herat?), les propuso a través del talibán que le sirvió de intérprete que podía ayudarlos en su misión. No con las armas, sino con las cosas domésticas.

Primero se ocupó de mantener limpio su calabozo, luego, el resto de las habitaciones de los talibanes y, de ese modo, poco a poco fue ganando terreno hasta conquistar la cocina donde pudo demostrar realmente una destreza que hasta entonces no conocía.

Así cocinó durante los últimos once días de su rapto las cosas más picantes y condimentadas de su tierra para los afganos rebeldes. Tuvo a su disposición un amasijo de ajos, cardamones (especia afgana) y kiones que debió combinar con arroz, dumbas (corderos) sin saber la resultante de toda esa combinación. “Lo importante era que debía salir delicioso”, explica algo temeroso todavía por el recuerdo.

—No se debe comer por hambre, sino también por placer -sentencia. Aunque bien pudiera ser el mantra que se repitió a sí mismo para convencerse de que la vida se le iba en unos cuantos platos.

Este armisticio gastronómico puso fin a la tensión que tuvo en sus tripas durante casi un mes, mientras aplacaba el hambre de sus enemigos. Cuando supo que les agradaba su sazón, le devolvieron, sin querer, la vida que aún no sabía estaba perdiendo en cada intento por sobrevivir.

En los días sucesivos recuperó el color de los vivos, la fe en su misión y su propia resolución de lo que debía hacer en los 158 países restantes. Sólo entonces los anónimos talibanes decidieron liberarlo luego de tener un amo de casa hindú que, según Somen, no tenía ninguna intención de perjudicar su causa. “Cada uno con su misión”, explica al final Somen Debnath, con un tinte opaco en sus ojos.

Concluye la entrevista y concluyen también las dudas. Da un mensaje final para las personas que no respetan a las personas que viven con el VIH, se incorpora y, a pesar de que no ha llevado consigo su famosa bicicleta (la ha dejado en un hotel de Miraflores), es seguro que se encamina a terminar el viaje en el Polo Sur. “Volveré por la Patagonia hasta Alaska”. Sólo se hace camino al andar -y bicicletear.

Cabe indicar que Somen, se encuentra viajando por la costa norte del país. El 2 de mayo, el ciclista Hindú llegará a la ciudad de Tumbes, donde realizará actividades de prevención, luego cruzará la frontera de Aguas Verdes, para su ingreso al Ecuador.

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