Ante incompetencia del personal, los familiares de los fallecidos tuvieron que ellos mismos abrir y revisar 30 bolsas que contenían restos de víctimas del nuevo coronavirus, arriesgando su salud, de acuerdo a informe de la Defensoría del Pueblo.
Escribe: Renato Arana Conde / Conexión Vida
Lima, Perú.-Cuando Rosa llegó al hospital Cayetano Heredia de Lima, a fines de abril, para recoger el cuerpo de su madre, víctima del nuevo coronavirus, el personal, encogiéndose de hombros, le respondió: “no encontramos su cuerpo, señora”. Rosa no entendía cómo, si la última vez que la vio viva fue cuando la llevó allí para internarla, al agudizarse su cuadro de salud. La dejó en ese edificio amarillento y repleto de gente, en el cruce de las avenidas Delgado y Espinoza. “¡De ese lugar no se movió, carajo!”, pensó. Entonces, al dolor por la muerte del ser que le dio la vida, se le sumó el dolor por la incertidumbre sobre su paradero final.
No fue la única. Deudos de otros seis víctimas mortales por coronavirus también se llevaron la misma sorpresa al acercarse al mortuorio del Cayetano Heredia, con las mismas preguntas y ninguna respuesta… al menos una satisfactoria. ¿Cómo es posible que cuerpos inertes de varias decenas de kilogramos –que solo pueden ser desplazados por, al menos, dos personas– no se les pueda ubicar dentro de uno de los hospitales públicos más importantes del Perú?
Estela Lozano es jefa de la oficina de la Defensoría del Pueblo de Lima Norte, en cuya jurisdicción se encuentra este hospital donde los muertos son menos rastreables que los ambulantes seres vivos. A su despacho llegaron las siete denuncias, todas en diferentes fechas, a lo largo de la emergencia sanitaria. Lozano acusa del problema al precario sistema de levantamiento de cadáveres en el Cayetano Heredia, desoyendo al protocolo establecido por el Minisiterio de Salud, y al colapso de la capacidad de almacenaje, allí, debido a la epidemia de COVID-19, la cual ya mató a 4 mil personas en el país en dos meses.
Una vez que un paciente se despide de este mundo, se le deposita en una bolsa negra totalmente hermética. Se le coloca encima un rótulo con su nombre, escrito con plumón a mano, y se le asegura con cinta adhesiva. El roce de los numerosos fardos acumulados en el mortuorio y la humedad imperante deterioran la cinta adhesiva, haciendo que el rótulo se desprenda, caiga, desaparezca. Por su parte, la humedad también va borrando, de a pocos, las letras que conforman el nombre. ¡Zas! Nace un cadáver sin identidad.
Entonces, empiezan los problemas.
En la recepción del mortuorio, Rosa clamó, luego reclamó (en voz alta) y finalmente amenazó (con denunciar): fue el orden mágico de palabras para poner las pilas al personal de esa área. ¡Manos a la obra, muchachos! Abrieron montones de bolsas que contenían restos de infectados por coronavirus.
–Señora Rosa, mire, ¿es su mamá?
–No.
–¿Y este?
–Tampoco.
Así desfilaron, ante sus ojos, 37 cuerpos que emanaban fluidos contaminados, plagados del virus. Jugos putrefactos que debieron estar confinados para siempre dentro de esas bolsas… por salubridad pública.
Si uno revisa la Directiva Sanitaria N° 087-2020 – DIGESA/MINSA para manejo de cadáveres por COVID-19, notará que a la palabra “bolsa” la acompañan, recurrentemente, estas otras tres: “cerrada”, “sellada” o “herméticamente”. En ninguna de sus disposiciones se habla de profanar su contenido. Al contrario, tras embolsarlo –sellando cualquier fisura con cinta de embalaje– se pasa a rociarlo con lejía para eliminar la más mínima probabilidad de que el patógeno escape de su prisión perpetua. Y es que este cadáver, al ser una bomba vírica, jamás debe exponerse.
Pero esto parecía importarle poco a Rosa… y menos cuando el jefe de vigilancia del hospital le informó que la occisa, en realidad, ni siquiera estaba registrada en el cuaderno de vigilancia del mortuorio. La mujer recurrió a medidas extremas. «Si quieres hacer algo bien, hazlo tú misma», se excusó en su mente. Pidió al personal del hospital indumentaria para que ella, y un pariente más, realizaran su propia búsqueda. Se internaron en el mortuorio y revisaron otras 30 bolsas, solos, sin contar con apoyo del personal del área.
El 3 de mayo, la Defensoría del Pueblo, mediante una carta, dio a conocer estas siete denuncias a la directora del Cayetano Heredia, Aida Palacios Ramírez, sin que, hasta ahora, se corrija el precario proceso de identificación de los muertos para que se les trate con respeto y se evite exponer a sus deudos a peligros sanitarios.
Más allá de lo que establezca la directiva sanitaria, una solución práctica y sencilla para evitar nuevos incidentes, recomienda Estela Lozano, es escribir los nombres de los difuntos con líquido corrector blanco (sí, “liquid paper”, ese mismo) directo sobre la bolsas, tal cómo se hace en el mortuorio del hospital Regional de Loreto, otra región bastante golpeada por el COVID-19.
Cuánta falta hace el ingenio y la dignidad en situaciones extremas, ¿no?