Las normas no son justas cuando están diseñadas para beneficiar a un grupo concreto de personas perjudicando al resto de Ia población.

 

Por: Gustavo Siancas Yarnold                                                                   

Opinión.- Es una constante en la historia de la humanidad la dicotomización, la aparición de opuestos que condenados a un eterno antagonismo están en perenne confrontación. El frío se opone al calor, el hambre a la saciedad, la tristeza a la alegría, la izquierda a la derecha, un peruano a otro peruano. Qué compleja realidad la que nos toca vivir en el Perú cada 5 años, es una batalla épica porque parece la encarnación de mitos que enfrentan la eterna lucha del bien contra el mal. Con la salvedad que a los peruanos nos toca hacer elecciones entre el mal y el mal radical. No buscamos el equilibrio que se da en las religiones/filosofías asiáticas con el ying y el yang, sino que enfrentamos el mal contra el mal mayor.

La situación que vivimos desde los días posteriores a los resultados de la primera vuelta electoral es francamente insoportable, pero a la par es importante porque es iluminadora, nos ha clarificado el panorama al que nos enfrentamos como ciudadanos, como peruanos. Uno de los contendientes y sus seguidores políticos apelan a conceptos más básicos, no solamente en lo político sino en lo constituyente del ser humano. Ese criterio es el egoísmo, nos invitan a temer por nuestras pertenencias, por nuestras propiedades y se olvidan de una población (la mayoritaria) no ha tenido la posibilidad ni de posesión ni de propiedad. Queremos ignorar a esos desposeídos y relegarlos a la oscuridad ignominiosa y muda. Es perverso elegir ignorar los reclamos justos de desarrollo y bienestar que reclama el país en mayoría y es perverso jugar a malinformar, arrogarse la propiedad de la verdad y del saber (al menos del político y económico), puesto que aquellos que no piensan como ellos es porque buscan la destrucción de todo lo construido por odio y resentimiento, o sino porque son la encarnación de la ignorancia indómita, pues a pesar de los esfuerzos de ellos (“los salvadores”) que pretenden ilustrarnos y de ese modo abrir nuestros ojos tercos y ciegos a la verdad que encuentra el que escapa de aquella caverna platónica de la ignorancia en la que nos deleitamos los que no pensamos o votamos como ellos.

Todo esto simplemente agranda las brechas sociales y nos separa, ¿es posible tener un diálogo abierto y con posibilidades reales con aquel o aquellos que nos descalifican en base a falacias? ¿Cómo tenderemos puentes luego del 6 de junio? La vida seguirá su curso, recuerdo una anécdota vieja de una clase de filosofía hace tanto que parece en otra vida, hablábamos sobre los griegos y dos de sus grandes descubrimientos la nada y el número cero (0), alguien siempre enamorado de su voz interrogó al profesor sobre tamaños descubrimientos: “¿Y qué hicieron los griegos luego de descubrir la nada y el cero?”, el profesor siempre tan encantadoramente mordaz y ácido sonrió con cierta malicia y respondió al elocubrante compañero: “Pues no lo sé a ciencia cierta. Pero sí te aseguro que tomaron su sopa y bebieron café. ¡Siguieron su vida pues! ¿Qué esperabas?”. Nosotros beberemos café, compraremos nuestro sol de pan, seguiremos conectándonos al Zoom y usando doble mascarilla.

Pero este acto mecánico, rutinario no aporta nada simplemente nos muestra una capacidad de adaptación o de normalización de absolutamente todo, yo particularmente me inclino a pensar que simplemente es un acto de resignación indiferente. Hay un gen de una resiliencia muy particular que configura nuestra peruanidad, rápidamente la efervescencia de las pasiones y las pulsaciones aceleradas decaen. Volvemos a nuestra cotidianeidad y como diría un extrañado poeta: “Las estaciones se cumplieron, como estaban previstas en cualquier almanaque…”.

Esta difícil situación me hizo pensar en la necesidad de un ejercicio propuesto por el filósofo John Rawls. Las reflexiones sobre Ia justicia de este filósofo norteamericano comienzan planteando una pregunta aparentemente sencilla: ¿Qué condiciones deberían cumplirse para que podamos decir que las normas que rigen nuestra sociedad son justas?

Según Rawls, las normas no son justas cuando están diseñadas para beneficiar a un grupo concreto de personas perjudicando al resto de Ia población. Para que podamos decir que en una sociedad reina la justicia, hace falta que todas las personas sean tratadas con imparcialidad. Eso significa que las normas no deben establecer diferencias injustas basadas en características personales como el color de la piel, el sexo, la inteligencia o la riqueza.

Si queremos establecer unas normas válidas que sean justas e imparciales, lo que debemos hacer es llegar a un acuerdo que sea aceptable para todos, independientemente de las circunstancias personales o de la posición en la sociedad.

Para comprender cómo podríamos llegar a un acuerdo de este tipo, Rawls nos invita a imaginar que pudiéramos participar en el proceso por el cual se crean las leyes que regulan nuestra vida en común. Supongamos que todas las personas que van a formar parte de la sociedad pudieran reunirse para fundar su convivencia. En ese encuentro se tiene que llegar a un acuerdo sobre las normas que van a organizar la sociedad. ¿Cuál es el procedimiento que debemos seguir para que esas reglas sean justas?

Si queremos conseguir que las normas sean imparciales, ninguno de los participantes debe tratar de obtener privilegios basados en sus características personales. Rawls explica que esto podría conseguirse si las personas que están elaborando las reglas de convivencia no supiesen cuales van a ser sus circunstancias en el futuro.

Rawls llama posición originaria a esta situación ficticia que pretende reproducir las condiciones adecuadas para alcanzar acuerdos justos. En esta posición, los participantes no saben cuál va a ser su papel en la sociedad, como si existiese sobre ellos un velo de ignorancia que les impidiera conocer su situación futura.

Supongamos que las personas que tienen que establecer las normas no pudieran saber cuál va a ser su inteligencia, su sexo, su etnia, su clase social o su riqueza en esa sociedad futura. Rawls piensa que en esa situación tratarían de hacer leyes justas e imparciales, de manera que no se vieran perjudicadas si en el nuevo reparto de papeles sociales les tocasen en suerte unas circunstancias desventajosas.

Elena Beltrán Pedreira resume muy bien esto diciendo que: “En Teoría de la justicia se afirma que la posición originaria tiene la función de establecer un procedimiento justo. Se trata de una concepción procedimental de la justicia que pretende anular los efectos que las contingencias concretas ejercen sobre los hombres y que les permiten obtener ventajas naturales o sociales. Para neutralizar esas posibles ventajas, se coloca a los participantes de la posición originaria tras un velo de ignorancia que les impide el conocimiento de las diversas alternativas que se relacionan con su propia situación, obligándoles a evaluar los principios conforme a consideraciones generales. Los únicos hechos particulares que conocen las partes son las circunstancias de justicia y los hechos generales acerca de la sociedad humana”.

Creo firmemente que el postulado de Rawls es tremendamente complicado de realizar pero que a la par resultaría tremendamente beneficioso, si bien dudo que lleguemos a legislar desde la posición originaria Rawlsiana creo que esta muestra de necesaria empatía nos llevaría a entender al otro y a una aproximación más real de lo que implica vivir bajo condiciones distintas de las que afrontamos en nuestro día a día, salir de los parámetros mentales bajo los que idealizamos el constructo que llamamos realidad y atrevernos a vislumbrar más allá del sesgo de nuestros prejuicios y de la ignorancia radical de esa otredad

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