Fotografía: Rosa Lía Pezada

Cada instante de la acalorada protesta ocurrida a inicios de semana en Puente Piedra a consecuencia del cobro por peaje que merma en la economía de un gran número de transportistas y usuarios

Escribe:  Diego Quispe Sánchez / Conexión Vida 

Lima, Perú.- El cobrador lleva una camisa celeste y el rostro de la preocupación, niega que la unidad de transporte donde trabaja pueda llegar hasta Puente Piedra. Se trata de temores y una rebeldía oculta. La mirada que tiene al momento de pedir el pasaje dice mucho. No es el tormento del tráfico de la ciudad, tampoco la ansiedad por el trabajo y el dinero, sino el deseo de protestar por el peaje.

La mayoría de personas en el bus bajan en Plaza Norte o Unicachi para tomar colectivos. Por el momento es la única forma de llegar hacia lugares como Pro o al territorio más próximo a la movilización: Changrilá. Un paradero establecido entre cerros color ladrillo y copado de casas de madera en su mayoría, en condiciones inapropiadas para mantener fresco el cuerpo humano en el sol que azota este distrito desde las 5:30 am. Hora elegida por la Policía Nacional del Perú para instalar sus tropas, formas filas y cerrar paso.

A partir de las 8:00 am el sol comienza a perforar la piel, un grupo de efectivos ubican mallas de fierro en el puente que está encima del cuestionado peaje. – ¿Son de prensa? – preguntan a quienes se animan a subir. Piden identificación, observan con desconfianza. Metros más abajo, las calles están vacías, el aire caliente que se respira es combinado con el aroma putrefacto de las heces de los caballos. Animales imponentes, pero que dentro su irracionalidad tienen la experiencia de estar presentes en conflictos sociales: La Parada, la partida de una yegua y las piedras.

Un día antes, el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, anunció que el cobro del peaje sería suspendido por treinta días. Los vecinos del distrito que más votó por él (Puente Piedra) ya no confían en las palabras del burgomaestre. Consideran la medida un arma de doble filo, una persuasión para evitar la movilización de 20 mil ciudadanos que retroceden dos kilómetros y están rodeados de policías.

Algunos efectivos asisten con guantes blancos, mudos y con los brazos abiertos. Al frente y cargando una banderas del Perú, los gritos comienzan. Palabras de rechazo a Odebrecht – empresa brasileña investigada (no solo en Perú) por el pago de coimas a autoridades con el fin de ganar concesiones – es el principio a un rechazo multitudinario.

 

El mensaje de Castañeda, el comunicado publicado días antes por la exalcadesa Susana Villarán, la presencia del parlamentario de Frente Amplio, Jorge Castro; no inspiran respaldo para los intereses populares. La prensa acorrala al legislador de izquierda, una interrogante nace del bullicio. -¿Qué opina sobre la subida de precios en los productos del Mercado Huamantanga debido al peaje? – preguntan. El parlamentario, abrumado y sofocado pide que no le cambien de tema. Como un desconocimiento de la realidad producto de la ideologización de sus declaraciones. “No me desvíen, acá se busca investigar a la constructora brasileña y establecer un diálogo entre la población y las autoridades”, enfatiza.

Atrás de él, los manifestantes comienzan a cubrirse el rostro con sus prendas y muestran una banderola. “El pueblo con coraje dice no al peaje”, se lee mientras cuatro jóvenes sostienen la tela. Hay personas que observan desde los cerros, desde el techo de sus viviendas. Sin embargo, el panorama está agitado. Los guantes blancos de las mujeres policías no logran instalar un ambiente de lo que debería representar ese color: paz.

ENFRENTAMIENTO

Un parpadeo y el conflicto estalla. – ¡Corran mierda! – gritan. Respirar entre el tumulto es un privilegio, pero el aire se transforma pesado. Arde mientras todos corren rumbo a las tiendas que están cerradas. Golpean la puerta. Ruegan. Imploran. Todos en coro solicitando agua. La policía continúa con el lanzamiento de bombas lacrimógenas. Una señora se tropieza con una roca, cae al suelo. Su destino – si la suerte la acompaña – será no ser aplastada por los pies de quienes escapan. Ayudar es una opción, pero la multitud te traslada de manera forzada a lugares insospechados. Es demasiado tarde. El gas lanzado se apodera del sistema respiratorio de los protestantes. Se agachan, vomitan, – y si por suerte llevan agua – mojan su cabeza. No hay escapatoria, salvo las calles y un puente ubicado cerca de un grifo y la Escuela de Suboficiales. Ahí aumenta la cantidad de tropas, como la lluvia de piedras.

La población enfurece, rocas cubren la carretera. Llantas quemadas, niños llorando. Un señor que lleva puesta una gorra de “No al peaje”, pide ayuda a gritos. Hay un niño especial que ha caído. Yace en el suelo, posteriormente es cargado y trasladado a una vivienda. Hasta el momento, nadie ha ganado. Aunque los vecinos piensan que si existe un triunfante: Odebrecht.

Entre la violencia propagada en los dos bandos. Los vendedores huyen, vender refrescos o no, ya no es parte de su misión. “La gente necesita agua, no gaseosa”, manifiestan. Los protestantes que retrocedieron ahora atacan la Escuela de Suboficiales, entre los perdigones que disparan los agentes para proteger a su colegas. Los camarógrafos se refugian en las instalaciones de la escuela junto a un perro que tiene los ojos rojos y la lengua morada. El can ingresa y se derrite en el suelo.
– No despertará después de una larga siesta, pero sino le dan agua esta puede ser eterna – indica un joven policía quien además, recomienda no abrir la boca al momento de oler el gas lacrimógeno.

Peaje Puente Piedra Foto: Francisco Velasquez - Andina
Peaje Puente Piedra Foto: Francisco Velasquez – Andina

-¿Por qué iniciaron el lanzamiento de bombas cuando no había ninguna agresión? – conversan los fotógrafos entre sí. El humo no concede apreciar los detalles del enfrentamiento, solo se escucha el ruido de los disparos. No es el desalojo en La Parada, tampoco el Andahuaylazo o el Baguazo. Es Puente Piedra, el distrito donde miles de vecinos tendrán que pagar 10 soles por dejar sus casas para dirigirse a otras ciudades a ganarse la vida.
Después de una hora los helicópteros sobrevuelan el campo de batalla. Si puede llamarse así, debido a las acciones que lo ameritan, entre manifestante y autoridad. La única bandera del Perú que flamea en la carretera es disminuida, opacada y maltratada por el gris del cielo, por las llamas alimentadoras del calor y destructora de las llantas arrojadas. El agua escasea, y atreverse a vender líquidos es ahora un atentado a la solidaridad y la sed. Aun así, la población busca con locura cualquier tienda. Las bodegas son la interpretación peruana de un bunker en la catástrofe.

Existe una calle estrecha al costado de la Escuela de Suboficiales, se llama Ashaninka. Desde ahí aparece un señor de baja estatura. Está sudando, y lleva una pequeña mochila. – A todas las personas se les ha caído sus lentes, pero también se les ha roto. Incluyendo el mío. – confiesa al acercarse a mí. ¿Dónde está el congresista que en principio brindó declaraciones? ¿Dónde está el acalde de Puente Piedra?, pienso. Mientras los perdigones son disparados, los puentes son convertidos en refugios improvisados. Ahí solo está permitida la presencia del periodismo y la policía. No hay espacio para los pobladores. Pero esto genera el enfurecimiento hacia los reporteros quienes muestran los micrófonos de los medios para donde trabajan. Esta señal es vista como ofensiva por los vecinos que escapan del tumulto, del gas y el fuego.
Acercarse a los ciudadanos indignados e inventar mitos, es el error más grande que puede cometer el cuarto poder. Pues cualquiera que fuese corre el riesgo de ser derogado por la indignación popular. Pero estas indicaciones no hace efecto en la reportera de un canal de televisión (ATV) quien se acerca a un restaurante llamado “Cevichería Marina”. El local es pequeño, y los dueños del negocio prefieren cerrar la puerta. Rechazan brindar declaraciones.

– ¿Verdad que están saqueando? – insiste la corresponsal. Viste un bivirí rosado y tiene el cabello pintado de rubio. La pregunta produce una avalancha de gritos que la expulsan del lugar. – ¡No están saqueando! ¡No están saqueando! – responden.

En paralelo, la sirena de una camioneta se dirige al kilómetro 27 de la Panamericana Norte. Todos observan, ahora la policía retrocede. Ha caído el primer efectivo.
Inmediatamente como respuesta – y para demostrar que la artillería manda – los vehículos blindados desafían las piedras. No es la represión de una favela brasileña, tampoco un operativo para capturar a los maras de El Salvador. Los efectivos emiten llamados de atención entre sí. Perder un colega – que está herido – representa una inyección de miedo. Pero la balanza se inclina en su contra. A pesar de que recuperaron seis kilómetros, hay diez efectivos rodeados. La inmediatez de las unidades blindadas salva sus vidas.

El reloj marca las 11:00 am, hay veinte pobladores detenidos. Cada uno es transportado por termas. En la carretera, la población replegada los insulta, los pifia. – ¿Por qué no son así para enfrentar la inseguridad ciudadana? – comenta una mujer anciana que viste un polo blanco donde se lee “No al Peaje”. Es tarde para rogar piedad por los manifestantes, el destino de ellos es la comisaría de Sol de Oro en Los Olivos. Mientras tanto, la policía avanza. Los negocios continúan cerrados. Como para horrorizar más el ambiente, el cuerpo de un perro se pudre entre las piedras y el humo de los gases lacrimógenos. Este día Puente Piedra no dormirá tranquila. Mucho menos los detenidos que al atardecer aumentaron a 58.

Fotografía: Kevin Montes
Fotografía: Kevin Montes

COMUNICADO E INTRANQUILIDAD
Dos días después, la Municipalidad emitió un comunicado donde anuncia que la empresa Rutas de Lima retirará las cacetas del peaje en dirección de sur a norte. A doce horas de la audiencia de los detenidos en la manifestación, donde la probabilidad de una condena de cárcel por tres meses es mayoritaria. La medida de la comuna genera miles de interpretaciones pero no la seguridad de una renegociación del contrato con la constructora brasileña.

Quizá al momento de leer esta descripción de lo observado el último jueves, el juicio y sentencia a los ciudadanos que protestaron contra el peaje debe retumbar en las redes y la población. Por ahora, una nueva marcha contra el cobro de diez soles por recorrer, salir o entrar al territorio de Puente Piedra es inevitable.

El distrito que brindó más votos a Luis Castañeda Lossio, el distrito donde los buses cargados de personas con polos naranjas que brindaron apoyo a la excandidata de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, viajando incluso hasta La Molina (lugar donde los ciudadanos también se pronuncian en contra del peaje de la Av. Separadora Industrial) para alentarla; aguanta y guarda un resentimiento por los políticos que – de seguro – visitaran sus asentamientos humanos el 2018 y 2021 para obtener electores.

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