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10 pasos hacia un periodismo comprometido con #NiUnaMenos

Foto: Facebook #NIunaMenos

Lima, Perú.- Lo primero que aprendí en la escuela de periodismo fue que eso de la aséptica objetividad es un gran cuento, que en este oficio no reproducimos la realidad, sino un fragmento de ésta desde una perspectiva determinada, portadora de nuestras experiencias, convicciones y taras. Lo segundo fue que, justamente por ello, nada es casualidad en nuestros reportes: ni la palabra, ni la foto, ni la ubicación, nada, porque todo tiene un mensaje oculto, una intención de producir tal o cual cosa en la audiencia, aunque a veces no seamos tan conscientes de ello. Por eso, hoy me atrevo a ofrecer a mis colegas estos 10 pasos hacia un periodismo comprometido con #NiUnaMenos, más allá del hashtag y los trending topics.

1. Lenguaje inclusivo. Sí, a veces suena mal, ocupa más espacio y, especialmente, demanda más esfuerzo, pero es nuestra obligación frenar el sentido común de que la «o» masculina incluye a todas y todos, en especial cuando por más que formalmente incluya, esconde a algunas y, caletamente, las termina excluyendo. Además de usar «las y los», implica usar la «a» en cargos como presidenta o gerenta, el uso de palabras neutras en lugar de masculinas (humanidad en lugar del hombre, por ejemplo), y repensar el sentido escondido en cada palabra y frase: «violencia doméstica» encierra en ese espacio aquella que es motivada por el machismo y la misoginia que constituyen asunto público, «bajos instintos» naturaliza las violaciones sexuales en algo innato en los hombres, y «crimen pasional» justifica los feminicidios en la pasión, el amor y los celos.

2. Basta de víctimas llorando. Ya suficientemente doloroso y humillante es ser víctima de tantas violencias, de tantas personas, tantas veces, y además tener que enfrentarse a un sistema que te vuelve a violentar cuando denuncias y requieres soporte, como para que además tengas que recibir más violencia de un periodismo carroñero que invade tu intimidad metiéndote la cámara mientras lloras o estás en shock, ¿no? Reportar la violencia en los medios busca registrarla, llamar la atención de la sociedad y las autoridades, y frenarla. Y una víctima llorando y con su imagen así reproducida en todo el país y sin límite alguno no ayuda a ninguna de esas tres causas, ni mucho menos ayuda a la víctima, sino que la agrede nuevamente. También debemos proteger la identidad de las víctimas y solamente difundir sus nombres completos e imágenes si tenemos su autorización explícita. Y esto incluye lo que las víctimas postean en sus redes sociales, como los testimonios del grupo de Facebook #NiUnaMenos y que un noticiario reprodujo abusivamente. No porque algo sea de acceso (casi) público significa que puede reproducirse en señal nacional sin mayor trámite. En sencillo: respetemos la dignidad de las víctimas, no sigamos haciendo aquello que no nos gustaría que nos hagan a nosotros mismos.

3. Basta de preguntar qué vestía. Ante la violencia solo hay dos lados: el de la víctima y el del agresor. Y preguntarle a la víctima qué vestía, si estaba maquillada, por qué caminaba tan solita por una calle tan oscura tan tarde, implica asumir que hay condiciones que justifican los ataques y que, por lo tanto, ella tiene alguna culpa de lo que le sucedió, justificando al agresor y poniéndonos de su lado. Ante estos hechos no es éticamente posible ser neutral. Y sí es posible frenar las agresiones reiteradas, aquello que desde el Derecho se llama revictimización, y cuya forma más frecuente es obligar a que la víctima repita una y otra vez lo que le pasó, cosa que debemos frenar: para eso están los documentos de la denuncia, las pericias, quienes asumen su defensa, etc. Si nuestra preocupación es «vestir» el texto para la televisión, usemos la creatividad.

4. Basta de buscar justificaciones. Qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué son las preguntas fundamentales del oficio. Pero el por qué se vuelve problemático cuando nos enfrentamos a problemas estructurales como la violencia misógina, racista u homofóbica, porque la respuesta es estructural y, ante lo complicado que suele ser explicar ello en los breves tiempos y espacios de los medios, terminamos tomando lo que está más a la mano: la calle oscura, la falda corta, el escaparate, etc., que son finalmente justificaciones a favor del agresor y, repito, nunca hay justificación real.

5. No le digas loco, sino criminal misógino. Yo también creo que un sujeto que viola a su hija o le echa agua hirviendo a su pareja, bien de la cabeza no está. El problema es que decir eso y calificarlo de loco, enfermo, demente, alcohólico, drogadicto y etc., lo patologiza, ayudando a que escape de la justicia, porque si lo que actuó fue la enfermedad y no él, lo que le corresponde es el sanatorio y no el penal, o sí el penal pero con una pena más chiquita, comprensiva. Probablemente estos tipos estén mal de la cabeza, pero no por locos, sino por haber normalizado y aprendido a sacar provecho un modelo social perverso en el que las vidas y cuerpos de las mujeres (y de todo aquel que no sea un macho heterosexual blanco) vale menos y es prescindible, y por ello lo que merecen es la cárcel, y con una pena agravada además porque su delito se funda en el odio no contra una persona sino contra un grupo humano en situación de histórica situación de desigualdad.

6. Los derechos de las mujeres son política. Ningún lugar es casual: el reportaje más esperado va casi al final para mantener al televidente enganchado, la foto más impactante va en la portada para vender más ejemplares, y en los diarios las secciones más importantes como política van adelante y las menos como deportes y espectáculos muy por detrás. El lugar lo es todo. En esa lógica, las noticias «de mujeres» deben ir donde les corresponde: si son sobre sus derechos y políticas para protegerlos, en política que es el lugar de los grandes debates del país, en lugar de sociedad que suele encerrar lo más local y anecdótico; si denuncian violencia, en policiales junto a otros delitos; si se trata de entrevistas a personalidades, en la sección que corresponda según la naturaleza de su ocupación, pero ya no más en la sección o suplemento femenino, que en realidad refiere a los asuntos domésticos, de cuidado de niñas y niños, y de imagen personal. Es más, esta sección debería desaparecer, o mínimamente ser replanteada a una época en la que los asuntos domésticos, del cuidado y autocuidado son (o deben ser) asuntos de mujeres y hombres por igual.

7. No feminizar (más). El lado humano de los personajes públicos es un must de programas y suplementos de fin de semana. El problema es que mientras en los hombres puede ser hasta transgresor porque muestra su dimensión afectiva y doméstica usualmente invisible, a las mujeres suele devolverlas al «lugar natural» de la casa donde son madres, esposas, hijas y hermanas, personas definidas más por su vínculo con otros a los que sirven (fundamentalmente hombres) que por sí mismas, reforzando patrones machistas. Una sutil variación de esto son las fotos de mujeres políticas entrevistadas sobre su labor pero fotografiadas en sofás de sala colocados en lugares inverosímiles como parques o las entradas de sus casas, recordando qué espacio deberían ocupar. Y la forma más descarada son los programas de moda que, so pretexto del «buen gusto» no son más que policías que tachan los cuerpos que les desagradan, imponiendo el modelo de la Barbie que debe existir únicamente para el deleite visual de los machos. Y, claro, de yapa esto va con su dosis de racismo, clasismo, gordofobia y demás.

8. Nuevos modelos para las niñas y niños de hoy. Es en nuestra chiquititud que construimos quiénes somos, quiénes queremos ser, qué queremos hacer con nuestras vidas, y en ello son fundamentales aquellas y aquellos a los que admiramos, a quienes se nos ha enseñado a admirar por, entre otras cosas, su aparición en los medios. Por eso es un deber ético aportar referentes diversos de esfuerzo, logro y liderazgo. Y con diversos no refiero solo que haya mujeres y hombres, sino que deben ser cada vez más mujeres, incluso más de la mitad, no solo porque son la mitad de la población, sino porque históricamente se les ha ocultado y debemos reparar esa situación. Va a ser difícil encontrarlas porque hay menos lideresas mujeres visibles, sí, pero esa es justamente nuestra chamba. Y probablemente cuando las encontremos será más difícil entrevistarlas porque están hiperdemandadas por ser las únicas conocidas, porque probablemente además de sus carreras en casa deben atender hijos, maridos y demás, así que no basta con pedirles una entrevista sino que debemos hacer ajustes en horarios, lugares y plazos para acomodarnos a sus tiempos. Ah, pero además no basta con tener más mujeres en los medios, hay que también procurar diversidad entre ellas, que no todas sean blancas y de derechas, que haya también indígenas, cholas y negras, de izquierdas, lesbianas, trans, de sectores populares, etc.

9. Ponernos en sus zapatos. Nos han criado para (sobre)vivir en una sociedad diseñada por hombres blancos heterosexuales con plata y demás, para el privilegio de, coincidentemente, ellos. Y hemos naturalizado sentidos comunes machistas, racistas, homofóbicos, clasistas y demás. Identificarlos, cuestionarlos y progresivamente desecharlos es un reto del día a día. Por ello debemos procurar ponernos en los zapatos de las mujeres (y en especial de las más vulnerables y de las víctimas) en todas y cada una de nuestras coberturas. Podemos recurrir a especialistas mujeres que nos muestren variables y sensibilidades que a pocos hombres se les ocurrirían, y no solo en temas «de mujeres». Y dejar de dar cabida a quienes usan sus títulos para legitimar sus prejuicios.

10. No olvides el contexto. La pelea por el espacio al aire o en el impreso nos lleva a simplificar tanto que reportamos los casos de violencia suprimiendo referencias al contexto, corriendo el peligro de que se crea que son hechos aislados en lugar de parte de un orden sistémico. Para evitarlo es siempre útil contar con información que muestren que el caso particular es parte de una realidad más grande y compleja. En los últimos años el Ministerio de la Mujer y las organizaciones feministas han producido tal cantidad de información que siempre encontraremos datos nuevos e impactantes, ¡usémoslos! Y de cuando en cuanto insistamos a nuestros editores en que es necesario explicar el contexto, las construcciones estructurales, y que para ello necesitamos más espacio, un espacio privilegiado en el día u hora de mayor audiencia.

Además de estos 10 pasos propuestos, hay muchísimas otras cosas que podemos hacer para tener medios realmente digan #NiUnaMenos en todas sus dimensiones. Las y los propietarios deberían plantearse cuotas de género (porque hablar de paridad hoy en día sería irreal) entre sus directores y editores. Las y los directores y editores deberían incorporar la perspectiva de género (y de derechos humanos, interculturalidad y demás) a sus códigos de ética y manuales de estilo, así como promover a periodistas mujeres, darles mayor visibilidad, encargos de mayor importancia. Las áreas comerciales podrían empezar a rechazar publicidad que cosifique a las mujeres y atente contra su dignidad en razón de su etnia, orientación sexual, clase y demás. Ya, ya, se quedarían sin publicidad, pero por lo menos podrían empezar con los casos más descarados, ¿no? Y las y los consumidores bien podríamos ser cada vez más exigentes: cuestionar abiertamente las coberturas misóginas (u homofóbicas, racistas, clasistas y demás), exigir disculpas y enmiendas públicas, el despido de agresores frecuentes, usar los mecanismos de autorregulación como la Sociedad Nacional de Radio y Televisión o los de denuncia penal por discriminación, y también darle a los medios donde más les duele, en el bolsillo, dejando de consumirlos, convirtiéndolos en cadáveres de cara a los anunciantes que los mantienen.

Mecanismos para un mejor periodismo hay muchos, y la mayoría están en nuestras manos, seamos periodistas, o consumamos lo que producen.

Escribe: Giovanni Romero Infante

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