El VIH en esta comunidad se considera una emergencia sanitaria
Textos Nelly Luna Amancio / Fotos: Leslie Searles / Ojo-publico.com
Amazonas, Perú.- Llegamos a Condorcanqui, en la región Amazonas, siguiendo los pasos de una mujer awajún que hace dos años viajó a Lima buscando una cura para un persistente malestar que ella confundía con brujería. En abril del 2014, cuando ingresó al hospital Loayza, pesaba 33 kilos y su extrema delgadez hacía parecer enorme su estrecha cama del pabellón de emergencia. Su diagnóstico era la expresión de la enorme brecha de acceso al sistema de salud pública: tenía sida, un grado avanzado de tuberculosis y un cuadro de anemia crónica. A su esposo, que la acompañó en el viaje, también le confirmaron la presencia de VIH. Tres semanas después, harta de las pastillas y del idioma castellano que nunca comprendió, la mujer awajún y su marido abandonaron el hospital sin ningún tratamiento antirretroviral, confundidos por los alcances de una enfermedad que hasta ese momento no comprendían, y retornaron a su comunidad para cuidar a sus tres hijos, el último de apenas meses de nacido.
Hace unas semanas hallamos a sus familiares en una comunidad del río Santiago, una de las cuencas más importantes de la región. Contaron que la mujer y su esposo murieron unos meses después de su regreso de Lima. Los hijos quedaron bajo el cuidado de la familia paterna, en una comunidad del río Cenepa. Del último niño dijeron que “siempre estaba enfermo”.
Las cifras oficiales no cuentan estas muertes: el fallecimiento de la pareja awajún no forma parte de los números que el Estado tiene sobre la epidemia, solo incrementa ese agujero negro del subregistro de muertes provocadas por la ausencia de un diagnóstico oportuno y un tratamiento adecuado de antirretrovirales en la población indígena.
Solo el cálculo oficial dice que en los últimos 5 años se han identificado 227 casos de VIH y sida en Amazonas, seis veces más de lo reportado el 2011 (35 casos). De ese total, 52 corresponden a mujeres menores de edad. Las comunidades más afectadas se encuentra en los ríos Cenepa y Santiago.
Jata VIH ajawai: El que tiene el virus
“Tengo solo un mes y medio en la zona y en este tiempo ya hemos identificado tres casos de sífilis y uno de VIH”, dice Gladys Castillo, obstetra del centro de salud de Yutupis, la comunidad más grande del río Santiago, en Condorcanqui. Uno de sus últimos pacientes diagnosticados con el virus tenía 22 años y no quiso seguir el tratamiento. Le dijo que tomaría unas hierbas, que “con eso sería suficiente” y que buscaría un brujo para que le “cure el daño”.
“Aquí muchos asocian el VIH con la brujería y eso impide que ellos busquen o acepten el tratamiento”, explica la joven obstetra. No hay palabra exacta en idioma awajún para definir el virus. Los indígenas han creado uno: jata VIH ajawai, el que tiene el virus. Y este concepto con frecuencia va acompañado en Condorcanqui del jata susamu, el que está embrujado.
El principal problema no es, sin embargo, el tema cultural. El antropólogo Rodrigo Lazo, que conoce bien la región, sostiene que el Estado no ha logrado diseñar una forma adecuada de informar sobre el VIH a las comunidades indígenas y sobre todo, de garantizar tratamiento antirretroviral para todos. Las distancias geográficas incrementan las brechas.
Los promotores de salud dicen que luego de realizar las pruebas rápidas de detección, las muestras de sangre son enviadas a Lima para confirmar la enfermedad. Luego, recién se aprueba el lote de medicamentos y este llega a Nieva, el gran centro ubicado a cinco o siete o más horas en bote desde la comunidades indígenas del río Santiago. Mientras las pruebas y los resultados realizan esos largos periodos de viaje, el paciente retorna a su comunidad y ya nunca regresa.
Los miedos y las dudas
La distancia entre las comunidades awajún y la respuesta del estado a la epidemia del VIH en Amazonas está llena de vacíos e interrogantes. “Ahora los médicos nos sacan más sangre que antes, dicen que es para ver si hay VIH, pero para qué tanta sangre, por eso nosotros ya no queremos eso”, dice Beti Awananch, en la comunidad de Achu, en el río Santiago.
La joven madre de 32 años y 8 hijos no entiende –nadie le ha explicado– el tamizaje que los centros de salud realizan en las comunidades para identificar los casos de VIH. Las otras mujeres que han llegado al aula comunal para hablar sobre sus problemas asienten con la cabeza. “¿Qué hacen con tanta sangre?”
“Aquí nadie nos dice nada”, dice el apu Laureano Yagkug, mientras traduce las preguntas y miedos de Beti Awananch. La mayor preocupación de las mujeres son sus hijos: “Los niños están enfermos, a veces los bichos salen por sus narices”, clama. La parasitosis y las infecciones estomacales son frecuentes. Las madres prueban hierbas, ensayan pócimas, pero nada libera a los niños de los bichos. En Achu las mujeres saben qué es el VIH. “No tiene cura, las personas bajan de peso, se enferman, se cae el cabello”, dice Beti. “Hay muchas mujeres enfermas así, no sabemos si estaremos enfermas”. La incertidumbre las agobia.
Natividad Chijiap y Beti Awananch
“Por falta de dinero no puedo comprar medicamentos y no puedo viajar a la ciudad. Tengo mucho dolor aquí (en el estómago)”.
Natividad Chijiap, 40 años y 5 hijos.
“Siempre me enfermo, tengo mucho cansancio, se me cae el cabello, tomo pastillas pero no me mejoro”.
Beti Awananch, 32 años, 8 hijos.
El dolor y la angustia parece haberse instalado en Condorcanqui, la provincia más pobre y con mayor población indígena de la región Amazonas.
Los indicadores epidemiológicos del Ministerio de Salud revelan que a la epidemia del VIH se suman otras crisis: la tasa de mortalidad materno infantil es la más alta del país, el embarazo adolescente alcanza al 20% de las mujeres, el 80% de las gestantes tiene anemia, aquí mueren más niños por neumonía que en las demás regiones amazónicas del Perú, es la segunda región donde más niños menores de cinco años mueren por malaria y meningitis. En medio de este diagnóstico, durante los últimos años los centros de salud han reportado el incremento de suicidios e intentos de suicidio en gran parte de las comunidades indígenas de los ríos Marañón, Cenepa y Santiago.
La decisión de morir
Wáke besemág: aflicción o melancolía
Kajegmamat: irse contra sí mismo, odiarse a sí mismo.
Kajeémat: ahorcarse
Nígki maámat, matarse por sí mismo
En los relatos awajún hay historias de mujeres encontradas en el bosque, colgadas de sus cabellos desde lo alto de un árbol. “Cuando están tristes se ahorcan”, cuenta con absoluta serenidad el apu Laureano Yagkug, de la comunidad de Achu.
En una esquina de esa habitación-cuarto-cocina-dormitorio su esposa escucha en silencio, y luego levanta la voz, “ahora se toman barbasco o veneno de ratas, eso hacen cuando se pelean o hay demasiados problemas”. Las leyendas awajún hablan de los suicidios –el nígki maámat–, pero en los últimos años se han conocido casos de suicidios colectivos o por imitación. Son muertes silenciosas: las cifras oficiales tampoco las cuentan.
Un estudio de Luzmila Ruiz Sanda, para su tesis de graduación como docente el 2003, sobre el suicidio en la comunidad de Yutupis, en el río Santiago, concluye que de 33 casos de suicidios, el 70% correspondía a mujeres. Los motivos: 52% fue por engaños de la pareja, 24% por maltrato y 18% por abandono.
“Todas las semanas auxiliamos a alguien”
Un estudio de Unicef del 2012 sostiene que entre los awajún el intento de suicidio es “un mecanismo que viene de mucho antes y que se produce como respuesta a conflictos interpersonales”, sin embargo, los últimos años los suicidios son más frecuentes y en los centros de salud no existen protocolos de atención específicos.
La mezcla de los jugos venenosos del barbasco con masato y otras que incluyen detergentes, jugo de toronja y jengibre son letales. Los promotores de salud –indígenas que trabajan de manera voluntaria– lo saben, pero ignoran cómo actuar con los pacientes que llegan luego de haber consumido altas dosis de estos compuestos.
El antropólogo Óscar Espinosa ha identificado en algunas regiones amazónicas casos de depresión severa en mujeres indígenas, pero tampoco existe un protocolo de atención para la salud mental en estas comunidades. El representante de la Defensoría del Pueblo en la zona, Roberto Guevara, lo resume con dolorosa franqueza: “Si no existe una política de salud mental en el país, menos la va haber para las mujeres indígenas”.
Las cifras de la epidemia
Entre los años 2000 y 2015 se han reportado en la región Amazonas 747 casos de VIH y 183 de sida.
Solo en la provincia de Condorcanqui, mayoritariamente indígena, se han identificado en el mismo tiempo 69 casos de sida y 311 de VIH.
El número de personas con VIH o sida se ha incrementado porque las pruebas de tamizaje se han extendido en más comunidades.
Las comunidades más afectadas por la epidemia son las que se encuentran en los alrededores de Bagua y los ríos Cenepa y Santiago.
En todas las provincias de la Amazonía peruana con población indígena los casos de VIH suman 8.793 y los de sida 1.259.
Informes del Ministerio de Salud han documentado que entre 2006 y 2014 el 44% de los awajún con el virus fallecieron.
Los mismos documentos sostienen que más del 90% de los indígenas diagnosticados con la enfermedad no recibe tratamiento antirretroviral (Targa).