Programa que lidera Sí, da Vida cumple ocho años de labor. Aquí algunas de las más de 1500 historias de las personas que se atendieron en el servicio desde que se inició. 

Escribe: Renato Arana / Conexión Vida 

Lima, Perú.- Los esposos Jaime y Pamela, sentían que su vida peligraba. Hacía dos años, se les diagnosticó VIH. Lejos de preocuparse, se «confiaron» y no fueron estrictos con su tratamiento antirretroviral. Lo tomaban, lo abandonaban, lo retomaban. No fue sorpresa que desarrollasen resistencia a los medicamentos. Al cabo de un tiempo, la cantidad de virus en su organismo se disparó: sida. Sin embargo, en medio año, una mano solidaria los rescató de una muerte probable.

Esa mano le pertenece a Sonia Otárola. Ella forma del equipo de voluntarios que conforma Manos Solidarias, un programa de acompañamiento, asistencia y apoyo a personas en etapa sida o que no puedan valerse por sí mismas por diversos motivos.

Esta iniciativa social nació a inicios de los años ochenta, a la par con irrupción de la epidemia del VIH en el globo, pues la falta de fármacos efectivos al alcance de esta población y la discriminación hacía imposible su recuperación. Y aunque, en la actualidad, la infección no representa una sentencia letal como décadas atrás -gracias al avance de los antirretrovirales y su acceso- recibir un diagnóstico positivo aún es un hecho duro de aceptar para el común de las personas.

Aún el prejuicio y la desinformación perduran. Culpa, reproche a uno mismo y pánico son los primeros que surgen apenas se conoce la noticia. Entonces, la presencia de alguien al lado con quien conversar francamente y en confianza cobra real importancia.

La presencia de Sonia le cambiaría la vida a Jaime y Pamela. Ellos se enteraron de Manos Solidarias cuando acudieron al hospital Cayetano Heredia en Lima y se toparon con un volante que informaba sobre el programa. Llamaron al número que aparecía impreso y, al día siguiente, acudió Sonia a su hogar. La recibió una pareja con un aspecto que revelaba el agresivo avance de la fase sida, recuerda.

Se dedicó a prepararles los alimentos indicados para su condición, ir por ellos a recoger sus medicamentos a la farmacia del hospital, asistirlos en lo que se pudiera. Los familiares de la pareja -que desconocían la real razón de la deteriorada salud de los esposos- miraba con recelo a Sonia cada vez que acudía a la casa. No entendían la razón de sus visitas, dos o tres veces a la semana.

Para esta mujer, así como los demás integrantes de Manos Solidarias, este obstáculo es pan comido: el truco es hacerse pasar como amiga de la esposa.

Las respalda su experiencia. Por ejemplo, Lucy Centurión (otra voluntaria) integró el programa ya con una década de experiencia, cuando la iniciativa se llamaba originalmente «Buddies» (Compañeros), en la organización Prosa. Además, Lucy cuenta con 32 años como promotora de salud en el Centro Nueva Esperanza de Villa María del Triunfo. Para Sonia, el asunto no era novedoso al decidir ser parte de Manos Solidarias en 2006: cuando a su hermano le diagnosticaron VIH, recibió el apoyo de una voluntaria del programa. Decidió retribuir y se unió al programa meses después.

Pero antes de ganarse la confianza de la familia recelosa, deben ganarse la de la persona con VIH. En el primer encuentro, relata Lucy, el saludo siempre va acompañado de una sonrisa. Al inicio, es preferible evitar hablar del estado de salud, se debe abordar temas generales hasta propiciar que sea la misma persona quien hable de su condición.

Si se logró derribar la primera barrera, se da por finalizado el primer encuentro. Cuando se da el segundo, Lucy va lanzando preguntas que le revelen información útil cómo averiguar
cuando le toca realizarse la prueba para CD4, la evolución del tratamiento o qué dieta debe seguir.

En otros casos, las voluntarias deben asistir a personas que ya se encuentran hospitalizadas, abandonados por las familias por estar en fase sida. Es allí donde las integrantes de Manos Solidarias se ocupan de los trámites del convaleciente, solicitan ayuda, por ejemplo, a la asistenta social para evitar los pagos de ciertos exámenes que se requieren durante la hospitalización.

La experiencia les da la astucia de aliarse, incluso, con los estudiantes de medicina que se instruyen en los hospitales para ahorrar ciertos pagos por exámenes médicos o insumos. Otro truco es pretender ser un familiar de la persona internada. Sonia relata que alguna vez se hizo pasar como madrina de un muchacho que apoyaba el día que murió para poder tramitar el retiro del cadáver y, así, evitar que terminase en la fosa común.

Resulta que no siempre todos los casos tienen un final feliz. Lucy recuerda a Miluska, una usuaria huérfana a la que apoyaba desde los 11 años. Quince años después moría por una afección pulmonar pues abandonó su tratamiento antirretroviral, estaba harta de vivir, es lo que le decía a Lucy. Su partida deprimió a Lucy, pues siente que se pudo hacer más, pero también acepta que las personas a las que acompaña son mayores de edad y toman sus decisiones. Y eso es algo que escapa de sus manos.

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