En el día del amor y la amistad. Recogemos el testimonio de una pareja discordante al VIH que nos cuenta cómo con un tratamiento antirretroviral adherente y una mente libre de prejuicios se puede disfrutar de una vida de pareja con total normalidad.

Escribe: Renato Arana Conde – Conexión Vida 

Lima, Perú.- Una historia de amor no es memorable sin el factor conflicto: ese hecho que genera un punto de quiebre en la que debería ser una relación entre dos personas unidas por el amor recíproco (y, por lo tanto, bendecida por el destino para que fluya sin adversidades). Lo sabía el dramaturgo William Shakesperare cuando nos narró las aventuras de dos jóvenes de Verona que -por naturaleza- debían estar separados al ser los herederos de dos familias enemigas. Lo sabía el director de cine Ridley Scott, en 1982, cuando nos llevó a la pantalla grande la historia de amor futurista entre Deckard (un asesino a sueldo de androides) y Rachel (una androide, curiosamente). En ambos casos, el conflicto fue un motivo para reafirmar el amor.

¿Qué ocurre cuando ese conflicto, ese punto de quiebre es una condición crónica de salud? Cuando el amar al otro implicaría un riesgo para la salud… y la vida. En buen romance, qué ocurre cuando se es una pareja discordante al VIH, quiere decir, cuando uno de los miembros vive con el virus.

Esta historia de amor a prueba de conflicto se inició hace diez años. En una reunión social nocturna coincidieron Luz y Máximo. La atracción fue inmediata. A Luz, recuerda, le atrajo la estatura de Máximo cuando se acercó a su mesa. La conversación se dio naturalmente gracias a la química entre sí. Sin embargo, ambos no repararon en ningún momento al inicio de este primer encuentro de un hecho: La diferencia de edad. Catorce años entre ambos era tiempo suficiente para los prejuicios.

Pero no se trataba de los prejuicios de ambos, admite Luz, sino el prejuicio del resto. Desde advertencias por parte de amigas y familiares de evitar mantener económicamente a un hombre más joven que ella, hasta sentir incomodidad de las miradas de transeúntes cuando ambos paseaban de la mano o se daban un beso en plena calle. Incluso la familia de Máximo desaprobaba la relación, aunque con el paso de los años aprendieron a aceptarla. Asunto superado, al parecer.

Entonces, era hora de enfrentarse a otro prejuicio.
A las pocas semanas de relación, ella le contó que era activista en derechos de personas con VIH por ser ella, también, una persona con esa condición de salud. Tuvo que tomar mucho valor para sincerarse. Luz temió por su revelación, pues eso significaría el fin de su relación, si es que Máximo tuviese prejuicios respecto al VIH. Aguardó en silencio su reacción.

Máximo desde temprana edad sufrió de sordera,al punto de contar solo con 40% de audición. Por esta razón, socializar siempre le fue una tarea dificultosa, lo que motivó que se sintiese marginado al no poder mantener una conversación de manera normal. Entonces, cuando Luz le dio a conocer su condición de persona con VIH, él se sintió identificado, entendió la marginación que ella también debió sentir en los años previos a su empoderamiento como activista en VIH.

La historia de amor de Luz y Máximo. Pareja discordante al VIH
La historia de amor de Luz y Máximo. Pareja discordante al VIH

Supo también que una persona con VIH que ha logrado adherencia al tratamiento antirretroviral, como es el caso de Luz, reduce su carga viral al mínimo en su sangre, imposibilitando la transmisión del virus a otras personas. No obstante, no está de más recurrir a métodos de protección de barreras para otras infecciones de transmisión sexual.

Despejado ese punto entonces Luz lo involucró en sus labores como consejera de pares. Máximo comenzó a acudir a las campañas y familiarizarse con la problemática de las personas viviendo con VIH, sin que a él le importase que la gente lo vinculase con el virus; algo con lo que Luz no estaba de acuerdo, pues deseaba evitar que sea señalado por las mentes prejuiciosas.

“Su familia (la de Máximo) no sabe (que vivo con VIH), porque van a pensar que voy a matar a su hijo”, revela, entre risas, Luz. Pero, a estas alturas de su vida, responde Máximo, no le importa que se enteren, al punto que no tiene problemas en posar con el rostro descubierto para las fotos de esta nota.

Al tercer año relación y convivencia, Máximo le propuso matrimonio y ella aceptó.
Ya reconocidos por la ley, se convirtieron en un testimonio vivo de que una persona con VIH puede llevar una vida como la de cualquier persona, incluso en el aspecto conyugal. “Cuando acompaño a Luz en sus actividades, nos ven a nosotros como pareja (discordante) y entonces tienen fe de que también ellos pueden salir adelante”, explica Máximo.

Incluso, una mujer con la condición de VIH que sea parte de una relación discordante puede experimentar la maternidad. “A mí muchas veces, incluso amigas con VIH, me preguntaban extrañados si yo podía tener hijos y yo les digo que sí”, responde Luz.

No es una preocupación infundada. Solo el año pasado, a 60 niños (32 casos se concentran en Lima) se les transmitió el virus del VIH por vía materna, pero se trata de casos de madres que no llevaron tratamiento antirretroviral.

Rosa Terán, infectóloga de la dirección de VIH del Ministerio de Salud
Rosa Terán, infectóloga de la dirección de VIH del Ministerio de Salud

“Es mentira que, en una relación discordante, si la madre tiene VIH no puede tener hijos. Si la mujer tiene VIH y está tomando tratamiento antirretroviral debe seguir tomándolo durante la gestación. El tratamiento hace que la madre controle la cantidad el virus en la sangre y estar con una carga viral indetectable: no hay forma de que haya transmisión (al hjo)”, explica Rosa Terán, infectóloga de la dirección de VIH del Ministerio de Salud.

La convivencia de nueve años fue un desafío debido a la diferencia de caracteres entre ambos. Ella, al ser un activista, lleva una forma de ser más extrovertida; mientras que él tiende más a ser introvertido. Las discusiones son inevitables, admiten. Ella le ha enseñado a no resolver los conflictos en el momento pues se encuentran las pasiones inflamadas; en cambio ahora esperan que la marea baje y puedan conversar sobre el tema que genera fricción tras dar una vuelta, tomar aire. Es una técnica que Luz aprendió en sus talleres de manejo de emociones. Máximo admite que Luz le ha enseñado a tener contacto con sus emociones, algo que no había experimentado al criarse en un entorno machista, un hogar disfuncional.

“Él nunca supo decirle a su mamá ‘te amo’, ahora mi suegra me lo agradece, recuerda Luz quien reconoce que la llegada de Máximo a su vida hizo que ella se sienta valiosa como mujer tras tres relaciones fallidas: “Me hizo saber de que me vía para una relación seria y que podía ser amada aún (con mi condición de persona con VIH).

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