Saúl Alejandro Juárez Flores, pide se haga justicia / Foto: Diego Quispe

Desde el 2011, es un extrabajador de Antamina y tiene enfermedad oncológica, debido a la contaminación en la mina.

Por Diego Quispe Sanchez / Conexión Vida 

Creció contemplando como su padre se dedicaba a la minería en Moquegua. Durante su juventud, nunca pensó que seguiría los pasos del hombre que le dio apellido paterno. Quiso ser militar, llevar el uniforme de las Fuerzas Armadas. Ese deseo lo llevó a servir en el Ejército por dos años, internarse en el cuartel y soñar – por un instante – con ser soldado. Sin embargo, no lo logró.

“No fui un buen alumno”, recuerda con lástima. Ahora tiene 58 años, una mirada cabizbaja, un rostro redondo y color tiniebla, varios lunares en el cuerpo, cicatrices producto de las operaciones y el organismo contaminado de metales pesados. Su nombre es Saúl Alejandro Juárez Flores, un hombre alto y serio que a pesar de no conseguir ser militar, pudo ingresar a la Compañía Minera Antamina, una mina ubicada en la región Ancash y donde trabajó por doce años.

“A mí me felicitaban todos los días. Yo comencé manejando maquinaria pesada, pero luego asumí el cargo de Pit Utility”, confiesa. No sabía que tal cargo, al transcurrir los años, le generaría tantas complicaciones en la vida. Esa vida que hoy parece disminuirse por el cáncer que tiene en el estómago y que ya no tiene cura producto de la intoxicación de metales pesados obtenida en Antamina S.A.

Saúl tiene plomo, estaño, aluminio, mercurio, talio, antimonio, uranio y arsénico en el cuerpo. Este último, según la Asociación Internacional de Investigación para el Cáncer (IAR), es cancerígeno clase 1 y sus efectos pueden pronunciarse después de años de exposición.

El inicio de la intoxicación 
Durante abril de 1999, Saúl ingresa a Antamina S.A. Después de aprobar el examen psicológico, biológico y físico, los encargados en reclutar personal de la mina concluyeron que su salud estaba en óptimas condiciones. El régimen de trabajo iba ser de 10×10: diez días de trabajo y diez días de descanso. En ese periodo, Juárez viajaba durante dos días para ver a su familia en Ica. Hasta ahí todo iba viento en popa.

Al transcurrir el tiempo, Saúl se enferma de sinusitis y al sexto año de labor se vuelve crónica. Llegaron a operarlo tres veces, pero no hubo mejoras. La inflamación continuó y recaía fácil ante los resfríos. Los médicos que lo atendieron, no concebían la idea de ver a un hombre reparado funcionalmente y que aún mantuviera los síntomas. Posteriormente, comenzó a padecer diarreas, fuertes dolores de cabeza y pérdida de sensibilidad en las manos y pies.

Síntomas de intoxicación. Uñas.

“Me aparecieron lunares de carne y mis uñas adquirieron la apariencia de tener hongos”, narra mientras muestra sus dedos. Llegó un momento en que incluso, no pudo caminar y accedió a un examen de vitamina B12 por recomendación médica.

El nivel mínimo de esta vitamina es 200, Saúl tenía 180. Según el doctor Ricardo Puell, es una evidencia de arsenicismo.

Evidencias del daño a la salud 
“Pasaron años para que Saúl tenga un cuadro respiratorio. Al arsénico le gusta refugiarse en los órganos. Ataca los epitelios de los intestinos, por ejemplo” agrega Puell. Asegura que las sustancias tóxicas pueden ingresar por la piel, boca, nariz y ojos.

Sin embargo, por esos años, Saúl aún desconocía las verdaderas causas de su malestar. Le parecía extraño que en su periodo de descanso su salud mejorara, pero al ingresar a la mina volviera a recaer. Llegó una etapa en que solo aguantó tres días trabajando y luego abandonaba el lugar para recuperarse.

En el 2008, conoció la Defensoría Legal de Salud y del Acto Médico (Delesame), y los médicos de ahí le informaron que de acuerdo a sus antecedentes, podría ser considerado como un paciente intoxicado con metales. Fue así que optó por realizarse un mineralograma de cabello.

El 30 de setiembre del próximo año, Delesame presenta un informe ratificando la preocupación de Saúl: tenía minerales pesados en el cuerpo. Además, mediante otro examen, ya no de cabello, sino de uñas, el Servicio de Toxicología Forense del Ministerio Público reforzó la conclusión en el 2010: concentración de arsénico.

La Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades (ATSDR), institución que regulariza la salud ambiental en el mundo, señala que existen cuatro pruebas para detectar arsénico en el organismo: análisis de sangre, orina, cabello y/o uña. Las dos primeras solo son válidas cuando se realizan de forma inmediata. “Si yo me hago un examen de orina o sangre no podrán encontrar evidenciasí”, afirma Juárez.

Ricardo Puell. Magister en Salud Ocupacional

El cáncer y el fin de su trabajo 
Con demasiados resultados corroborando su condición, Saúl se dirige a la oficina de Recursos Humanos de Antamina S.A. – Estoy intoxicado con metales- dijo a los encargados. Posteriormente, la compañía contrata un toxicólogo extranjero, Andrés Lugo Morán, quien lo cita.
Después de dos horas de evaluación. Saúl, acompañado del médico Ricardo Puell, solicita una impresión diagnóstica. Morán guarda silencio. La única respuesta fue que Saúl tendría que ir a Estados Unidos para someterse a evaluaciones “Cuando viajo allá, me aplicaron los mismos exámenes: orina y sangre”, testifica.
“Existen intoxicación aguda y crónica, Saúl tenía lo último. Por eso las pruebas de orina y sangre no detectaron nada”, añade Puell.

Frente a la difícil situación, tanto en el trabajo y la salud, Juárez Flórez, el Pit Utility que pedía constantes descansos médicos porque su cuerpo no soportaba la rutina laboral, decide demandar a la empresa. Lo hizo en enero del 2011. Un factor determinante – dice – fue sentir que la compañía buscaba opiniones médicas favorables para descartar cualquier tipo de intoxicación. Así que, el primer jueves de ese año, el Onceavo Juzgado Laboral de Lima admite su denuncia.

Las inflamaciones, dolores y dificultades para laborar continuaron. En un año donde el Perú estuvo paralizado por el proceso electoral, la demanda de Saúl no generó relevancia en una opinión pública enfocada en las elecciones. Transcurrido dos meses, llegó la fase – no legal, sino de salud – más fuerte en la vida del minero. Un examen médico en la Clínica San Pablo, descubrió la existencia de un linfoma no Hodgkin. Es decir, cáncer.
“Mediante una endoscopia, le encuentran una elevación grande, un grado cuatro llamado linfoma no Hodgking. Uno de los cánceres más comunes por arsénico”, indica Puell citando el libro Toxicología de Cassarett and Douls.

A finales de marzo, Saúl recibe una carta de aviso de cese. Previamente, Antamina S.A ya conocía sobre el cáncer del Pit Utility. De esa manera, cuatro días después le envían una carta de despido. Su etapa de minero había culminado.

En principio, Saúl pensó operarse, le recomendaron retirarse el estómago para impedir el avance del cáncer y luego iniciar un tratamiento de quimioterapia. Sin embargo, buscó una segunda opinión en la Clínica Ricardo Palma.

“Un hombre muy responsable, el doctor Rafael Garatea, me dijo que si me operaban el sistema digestivo y luego iniciaba una quimioterapia, me moría. Me aconsejó hacer la inversa”, explica. Levanta la mirada y comenta: “Si me sacaban el estómago quizá no estaría sentado acá declarando”.

Vivir en la incertidumbre
La carta de despido de Saúl presenta de argumento una sinusitis crónica. Él sostiene que no es así, que es temporal y un documento de Essalud lo respalda. Le molesta ver que nunca hacen referencia a la intoxicación y la neoplasia. Sin seguro clínico, trabajo y con cáncer en el estómago, comenzó a vender sus pertenencias.
Buscar ingresos fue complicado, su cuerpo no le permitía laborar. Las quimioterapias – recuerda – lo dejaron zombie. Un hombre con tres hijos que desconocen cuanto tiempo de vida le queda a su padre. El mayor – también llamado Saúl – que actualmente cursa el tercer año de Derecho, busca terminar la carrera para defender el caso de su padre. Los dos últimos, con problemas auditivos y que según Juárez Flores, sería producto de su intoxicación en la mina debido a que el arsénico – así lo establece el ATSDR – podría alterar el ADN.

Después de difundirse un reportaje televisivo sobre su caso (Ver aquí el reportaje), Antamina S.A se comprometió a continuar pagándole un seguro clínico. Lo hacen para quedar bien, pensó. “Mientras yo me trato, ¿de qué vive mi familia?”, manifiesta indignado.
Tres años posteriores a su despido, es hospitalizado por dolor osteomuscular. Otro certificado médico detalla que Saúl adquirió cáncer debido al daño adquirido por metales durante los periodos de 1999 -2011. Años en que trabajó para Antamina. El documento corresponde a un mineralograma efectuado en el Instituto de Salud Pública de Quebec y por The Great Plains Laboratory.
En casa, necesita una dieta balanceada en vitaminas. Sobre todo B12 y E. Su esposa, Fanny Pareja, lo ayuda a mantenerse con buen ánimo. Es respaldado por familiares, evita que sus dos menores hijos conozcan el caso a profundidad. La pugna que tiene con Antamina continúa. Desea que le reconozcan de forma justa todo lo que dio por la empresa.

Su caso llegó al Congreso de la República  
El caso llegó hasta la Comisión de Energía y Minas del Congreso peruano en el 2012 (Ver aquí el detalle ), ahí el parlamentario Segundo Tapia, consideró que Antamina si cumplía con su responsabilidad social al pagarle un seguro médico a Saúl Juárez. Otro legislador, José León, añadió que hay una intención de aprovechamiento del extrabajador hacia la minera mediante demandas.

La responsabilidad social a la que se refirió Tapia en aquella sesión, fue ajena para Saúl en marzo del año pasado cuando fue a atenderse al médico y le dijeron que la empresa ya no pagaría más su seguro, que el apoyo había sido suficiente. Si bien, nunca hubo un compromiso escrito de la compañía – solo existió la palabra del personal de Recursos Humanos -, Saúl confió en que cumplirían su promesa, pero no fue así. “Si tan solo me hubieran avisado desde el inicio a todo lo que me expondría”, lamenta. Antamina continuó amparándose en el informe del Andrés Lugo Moran, un médico – así lo señala el Colegio Médico del Perú mediante un informe el 05 de noviembre del 2015 – que no tiene autorización de ningún fin para ejercer esa profesión en el país.

Saúl retira de sus maletas un documento del Ministerio de Salud, es la norma de Guía Práctica Clínica para la detección de Intoxicación por Arsénico N°389 -2011. Ahí el Estado peruano reconoce lo referido por el Servicio Geológico de los Estados Unidos que señala a los yacimientos de cobre del Perú y Filipinas como depósitos de hasta 11 millones de toneladas de arsénico.

Antamina es una compañía dedicada al cobre. A través de la última audiencia pública de la Gerencia General de Salud de Ancash realizada en Chimbote, se reconoció a la zona de Conchucos con problemas por metales pesados. “Si se hace una voladura, el polvo del mineral llega a las zonas cercanas donde hay animales, plantas y personas. Están lanzando un cancerígeno a la atmósfera”, expresa.

Sentado sobre un sofá marrón, guarda los documentos sobre todas las evaluaciones médicas que tuvo en los últimos años. Desde inicio del siglo, su vida giró en torno a laboratorios, malestares y reclamos. Le pregunto sobre la existencia de una cura, responde que es imposible. No hay – sentencia -. Se pone serio, retira sus lentes y guarda silencio. Aguanta las lágrimas y luego sonríe. Recuerda los tiempos en que fue el Pit Utility lleno de ánimos y empeñoso en su labor. Rememora que así su cuerpo esté intoxicado y tenga cáncer, no puede bajar la guardia. “Aún tengo optimismo”, puntualiza.

Ver las pruebas y evidencias del caso aquí: 

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